¿Cómo podría existir un ser omnisciente, omnipotente y misericordioso que permite el sufrimiento injusto y la muerte de niños o seres inocentes?
Por Antonio Cruz
Es fácil comprobar la realidad cruel del mal por todas partes. Cuando contraemos una enfermedad grave, al ver morir a un ser querido, ante los accidentes de tráfico, las guerras generadas por los hombres, la violencia gratuita, las injusticias sociales o las catástrofes naturales, etc., hay miles de ocasiones a lo largo de la vida en las que el mal se acerca a las personas para golpearlas y marcar heridas imborrables en sus almas.
Todos alguna vez hemos experimentado el mal y sus consecuencias. ¿Cómo suele responder el ser humano ante esta realidad permanente del mal?
Los creyentes han intentado a lo largo de la historia justificar las razones que Dios puede tener para permitir el mal y han creado la “teodicea”, toda una disciplina teológica difícil ya que la Biblia aporta escasa información al respecto.
Otras personas sostienen que la existencia del mal en el mundo es una clara evidencia de que Dios no existe. ¿Cómo podría existir un ser omnisciente, omnipotente y misericordioso que permite el sufrimiento injusto y la muerte de tantos niños o seres inocentes? Esta cuestión es probablemente el argumento lógico más fuerte contra la existencia de Dios, generado por los pensadores desde la más remota antigüedad. Por ejemplo, el filósofo griego Epicuro (341-270 a.C.) escribió:
O Dios quiere evitar el mal y no puede; o Dios puede y no quiere; o Dios no quiere y no puede; o Dios puede y quiere. Si Dios quiere (evitar el mal) y no puede, entonces es impotente, y esto contraría la condición de Dios. Si Dios puede y no quiere, entonces es malo, y esto es igualmente incompatible con Dios. Si Dios no quiere y no puede, entonces es tanto malo como impotente, y por lo tanto, no es Dios. Si Dios quiere y puede (…) ¿Entonces de dónde vienen los males? ¿Y por qué no se los lleva Él? [1]
Algunos han intentado solucionar este argumento negando la existencia del mal. Esto es lo que hacen, por ejemplo, los partidarios de la cienciología, doctrina desarrollada por el estadounidense Lafayette Ronald Hubbard en 1950. Sin embargo, el mal es algo que no se puede negar, como saben bien los enfermos terminales, las mujeres violadas, los niños con leucemia o los supervivientes de los campos nazi. Pero, si el mal es una realidad innegable, ¿será cierto que es incompatible con la existencia de Dios? ¿Qué razones podría tener para permitirlo?
Puede que algunas de estas razones tuvieran que ver con la libertad en la que fue creado el ser humano. Él nos hizo como sujetos morales con libre albedrío para elegir entre el bien y el mal. Es posible que Dios creara el mundo con la posibilidad de que pudiera existir el mal, pero que fuera la equivocada elección del ser humano, al decantarse hacia lo malo, la que lo hizo realidad.
Dios, en su omnisciencia, ya sabía que esto ocurriría y a pesar de todo creó el mundo tal cual es. Lo cual puede significar que el Creador debe tener buenos motivos para permitir la existencia del mal en el mundo, aunque nosotros los desconozcamos.[2]
Según la Biblia, la maldad entró en el cosmos como consecuencia de la libre elección de Adán y Eva, que eran criaturas moralmente responsables de sus decisiones. Por lo tanto, Dios habría hecho posible el mal, mientras que los seres humanos lo hicieron real.
No podemos llegar a saber más sobre este asunto. Si la Biblia no nos proporciona más información, es porque no la necesitamos. No conocemos las razones concretas que Dios tuvo para permitir el mal en el mundo. A pesar de todo, éstas no son necesarias para afirmar que el cristianismo posee coherencia lógica. La existencia de Dios no es incompatible con la existencia del mal y, por tanto, el argumento que propone la incompatibilidad entre el Dios bíblico y el mal, se viene abajo.
Por otro lado, cuando se dice que algo está mal, en realidad, se está diciendo que debería ser de otra manera pero no lo es. En el fondo, se está comparando con algún patrón mental de lo que es bueno o malo. Dicho patrón debe tener un origen trascendente pues sólo Dios puede imponer esta huella moral universal al hombre.
Únicamente podemos saber que algo está mal porque hay un Dios que nos ha dotado de discernimiento moral. Por lo que la existencia del mal se convierte, en realidad, en una de las pruebas más contundentes de la existencia de Dios. Si no existiera el Altísimo, la idea del mal se tornaría borrosa e incomprensible. Lo cual implica que el mal es un problema para los escépticos, pero no para los creyentes en Cristo Jesús.
Fuente: Antonio Cruz. Protestante Digital