RESURRECCIÓN
VERDAD BÍBLICA: “Pues el pecado es el aguijón que termina en muerte, y la ley le da al pecado
su poder. ¡Pero gracias a Dios! Él nos da la victoria sobre el pecado y la muerte por medio de
nuestro Señor Jesucristo”.1 Co 15:55-57
La Biblia refiere que, en contadas ocasiones, un profeta, un apóstol o el propio Jesús
resucitaron personas: hijos de viudas, hija de Jairo, la joven Dorcas o Eutico que cayó de una
ventana en Troas. Jesús resucitó a Lázaro quien llevaba 4 días fallecido y ciertos santos salieron
de sus sepulcros al momento de la muerte de Jesús (ver Mt 27:52). Debemos advertir que todos
ellos, sin excepción, volvieron a la tumba. Será Jesús la primera persona que resucitó para
nunca más experimentar la muerte.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN Mateo 27:62-66 y 28:1-15
Jesús había profetizado acerca de su muerte, pero también acerca de su resurrección. Dijimos
que Judas le había oído decirlo, pero ignoró la posibilidad y tomó una decisión basada en su
incredulidad. Por este pasaje sabemos que el Sanedrín tenía conocimiento de esta advertencia;
Jesús había enseñado que la señal de Jonás se vería en él mismo y ellos no subestimaron esa
frase.
La tumba custodiada
Cuando José de Arimatea llevó el cuerpo al jardín para colocarlo en una tumba nueva (sin otros
cuerpos que yacieran en ella), el concilio solicitó una “guardia especial” para cuidarla con el sello
romano colocado delante de la piedra que tapaba la entrada. Los historiadores nos explican que
estaba guardia estaba conformada por un comando profesional de soldados que tenía
instrucciones muy definidas: cuidar que nadie moviera esa piedra y robase el cuerpo de Jesús, a
tal punto que el fracaso de su misión lo pagaban con sus propias vidas.
Crónica de una resurrección anunciada
El anuncio de la resurrección fue muy especial, la presencia del ángel y un temblor de tierra al
rodar la piedra del sepulcro causó terror en la guardia romana que quedó paralizada. Curioso es
que ante su fracaso este grupo se presentó delante de los sacerdotes para dar su informe, ya
que, si contaban lo sucedido a Pilato, éste podría haberles castigado por cobardes.
Siendo informado el concilio de semejante portento, persistió en encubrir el hecho. A cambio de
dinero, los soldados ocultaron los eventos, arriesgándose ante su jefe romano.
Los fariseos tomaron otro curso de acción desde aquel domingo de pascua, decidieron perseguir
y matar a los discípulos de Jesús utilizando a sus propios verdugos y evitando hacer partícipe a la
autoridad romana, entre ellos se contaba un tal Saulo de Tarso.
Todos los evangelistas nos recuerdan que los ángeles fueron testigos del ministerio de Jesús: en
su nacimiento (Mt 1:20, Lc 1:26; 2:10), al inicio de su ministerio en el desierto luego de vencer la
tentación (Mt 4:11), en el huerto de Getsemaní al iniciar su pasión (Lc 22:43) y ahora en ocasión
de su resurrección. Estos seres que obraron como mensajeros de Dios a los hombres en tantas
oportunidades, deberán dar en ese domingo el más importante de los mensajes: ¡Cristo ha
resucitado!
A diferencia de esos rudos soldados acobardados por la presencia angélica, dos mujeres valientes
están en el mismo escenario: María Magdalena y María hermana de Lázaro. Ambas discípulas
habían permanecido cerca de la cruz y ese domingo se atrevieron a visitar el huerto para concluir
con los procedimientos mortuorios interrumpidos por la hora del entierro. También son
sorprendidas por los eventos sobrenaturales, pero superando el miedo reciben con alegría la
buena noticia de parte del ángel: Jesús ha resucitado y se reunirá con los suyos en Galilea.
Vengan y vean
Son estas mujeres las primeras en ingresar a esa tumba vacía para ver los velos de la mortaja
vacíos, Dios quiso que fueran testigos privilegiadas del evento más trascendente de la historia
humana: Jesús había vencido la muerte y en su triunfo todos los creyentes tendrán asegurada
también su resurrección (Jn 14:19, 1 Co 15:20-21).
Suponemos que los perfumes habrán servido para que ellas mismas no se desmayaran de
emoción y salieran corriendo a dar la noticia al resto de los discípulos galileos que se encontraban
atemorizados y escondidos en algún lugar de Jerusalén. Pero Jesús tiene preparado otro
privilegio: serán ellas las primeras en verlo ya en su cuerpo glorificado, se postrarán ante sus pies
y le rendirán adoración, ya no sólo como su maestro sino como su Dios y Salvador.
A pesar de que Jesús recibe la adoración como el Hijo de Dios, al referirse a sus discípulos los
llama “mis hermanos” porque en su obra ha permitido que todos los salvados sean adoptados
como “hijos de Dios” (Jn 1:12-13; Ef 1:5; He 2:11)
LA GRAN COMISIÓN Mateo 28:16-20
Desde su resurrección, Cristo ha iniciado una nueva edad, un nuevo período en el que ofrece
gratuitamente su oferta al mundo: su evangelio consiste en declarar que toda persona que
comprenda su condición espiritual, que crea por fe que la muerte de Jesús es la justicia de Dios
para perdonar sus pecados y que decida voluntariamente entregarse a Él, no sólo cambiará su
destino eterno, sino que se transformará en un instrumento para extender la invitación a toda
persona.
La misión
La misión eficaz de la iglesia requiere del cumplimiento de ciertas condiciones: creer que Dios es
manifestado en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo y aprender los mandamientos de la
Ley para tener presente el carácter de Dios y reconocer el pecado y su efecto en la vida humana.
Enseñar a obedecer la ley de Cristo, no como requisito de salvación o para evitar perderla, sino
por amor a Quién ha dado la solución al problema del pecado entregándose en sacrificio y para
dar testimonio de nuestra fe hacia creyentes e incrédulos (Gá 6:1-2; 1 Pe 3:15).
El discipulado
Se es un discípulo cuando se aprende a vivir bajo el dominio del Espíritu Santo como lo hizo Jesús
durante toda su vida terrenal. Sabemos que estamos unidos a Jesús gracias a la presencia
permanente en nuestra vida de su Espíritu Santo quien nos confirma esta convicción (Ro 8:16).
Mientras dure el período entre las dos venidas de Jesucristo, su iglesia, el cuerpo espiritual y
universal de personas salvas en la fe, debe dar testimonio de su muerte y resurrección tal como
lo hicieron las primeras mujeres e invitar a todos los que estén dispuestos a oír el mensaje a creer
en Jesús como Dios y Salvador.
A través de estos dos siglos de historia, Dios ha estado llamando a muchas personas, sin distinción
de sexo, raza o cultura, para formar el conjunto de redimidos por la sangre de Jesús (Ap.5:9).
La esperanza
Aunque muchos seamos inconstantes en la obra de perfeccionamiento que Dios realiza por
medio de su Espíritu Santo, estamos llamados a colaborar activamente en esa perfección (Fil
2:12-13) sabiendo que un día toda su iglesia será presentada delante de Cristo como la esposa
perfecta, digna y ataviada para una boda que iniciará al final de los siglos, pero que durará por
toda la eternidad (Fil 1:6, Ap. 19:7-9 y 22:14 y 17).
OBJETIVOS DE LA LECCIÓN
• La Biblia da cuenta de varias resurrecciones milagrosas, pero la resurrección de Cristo es
diferente en calidad ya que su cuerpo fue transformado en gloria y nunca más será
corrompido ni experimentará la muerte (ver Sa 16:10 y Hch 2:30-33)
• Jesús no solamente había declarado a sus discípulos que sería entregado a muerte, sino
que el tercer día resucitaría y esta declaración era conocida por el Concilio judío de
Jerusalén, por ello solicitó custodiar la tumba
• La presencia del ángel y la apertura de la piedra de la tumba fueron hechos que dieron
mayor fuerza al evento de la resurrección y sirvieron de testimonio a los presentes
• Fueron mujeres las primeras en ver al Señor resucitado y por ello el grupo de discípulos
dudó demostrando que en aquella época la mujer no era tenida en la misma estima que
el varón. Jesús demostró que el discipulado es de igual valor entre hombres y mujeres
• La gran comisión es una fórmula que describe en modo sintético la misión que Jesús les
dio a sus primeros discípulos quienes iban a conformar los pilares de la iglesia
constituyéndose en los apóstoles encargados de transmitir todas las enseñanzas que Jesús
les había dado durante todo su ministerio
Alejandra Lovecchio de Montamat
lovecchioalejandra@gmail.com