EL CENSO
2 Samuel 24 y 1 Crónicas 21
Luego de la rebelión y muerte de su hijo Absalón, David se reestablece en Jerusalén y debe
rehabilitarse en el ejercicio de su autoridad sobre todo Israel. Imaginen la situación hoy: un
presidente o monarca es derrocado, huye rodeado de aquellos que le siguen siendo leales y en
todo el país se levantan familias y ejércitos que distribuyen su lealtad entre él y su hijo.
Cuando al fin el ejército de David vence al de Absalón y lo mata, el rey entra en un estado
depresivo porque ve destruido su sueño de sucesión pues había imaginado que Absalón
correspondía con el perfil de líder que Israel debía tener. Joab amonesta a David por no
agradecer a sus leales en la guerra civil, lo que le vale el puesto de general en jefe.
El resultado final es una casa dividida porque las 10 tribus del norte se sintieron desplazadas al
momento de reponer a David y apareció un nuevo insurgente de la tribu de Benjamín que
retomó el camino de Absalón sublevándose contra David.
2 Samuel 24
Han pasado nueve meses y veinte días del día cuando el rey dio la orden de que se hiciera el
censo. Las cosas no andan bien en el país y David se da cuenta del motivo.
Finalmente le dan el informe oficial con números que han sido redondeados y no contando
docenas de miles. "Los hombres de guerra de Israel que sacaban espada eran 800.000, y los
hombres de Judá eran 500.000" (2 S 24:9). Sin embargo, en la nación de Israel se han empezado
a sentir los efectos del pecado (1 Cr 21:7).
El rey David ha descuidado ordenar que se pague la cantidad por cada persona que la ley de
Moisés obligaba en esos casos. El incumplimiento de esa ley traía consecuencias como la de
que una plaga afectara al pueblo (Ex 30:12). Al pasar los días se acerca en oración al Señor y
dice: "He pecado gravemente al haber hecho esto. Pero ahora, oh Señor, quita, por favor, el
pecado de tu siervo porque he actuado muy neciamente" (2 S 24:10). Pasa toda la tarde y la
noche y no hay respuesta.
La epidemia
A la mañana siguiente, uno de los asistentes le informa a David que el profeta Gad está en el
palacio y quiere hablar con él. En todos los pueblos y ciudades hay enfermos. El pecado a nivel
nacional ha traído dolor a todo el país. Aun en los pueblos pequeños hay docenas de muertos.
Cientos de miles de familias están de luto. La epidemia que ha comenzado simultáneamente
fuera de la capital se va aproximando a Jerusalén. Sin duda hay miles orando a Dios y
sinceramente arrepentidos porque se dan cuenta de que sus iniquidades han subido a los ojos
de Dios.
Es probable que David subiera a la azotea del palacio (lugar de recuerdos nefastos) y desde allí
se le concede ver al ángel que hería al pueblo. ¿Serán destruidos la ciudad de Jerusalén, su
familia y sus amigos? En estado de zozobra y aflicción le dice al Señor con gran clamor: "He
aquí, yo he pecado; yo he actuado perversamente. Pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Por
favor, sea tu mano contra mí y contra mi casa paterna" (2 S 24:17).
Dios decide suspender el castigo contra Jerusalén aun antes de que David reconociera su
pecado. "Cuando el ángel extendía su mano hacia Jerusalén para destruirla, el Señor cambió de
parecer acerca de aquel mal. Y dijo al ángel que destruía al pueblo: ¡Basta ya! ¡Detén tu mano!"
(2 S 24:16). El ángel envaina su espada y se pierde en el firmamento. Ese mismo día aparece
nuevamente el profeta Gad quien le dice que levante un altar exactamente en el mismo lugar
donde el ángel había estado.
El permiso del Señor
El Señor está enfurecido contra su pueblo y Él permite que Satanás incite a David a pecar. Como
resultado de esto sucede una catástrofe nacional con 70 mil muertos por una plaga, pero la
historia no termina ahí. David recibe la orden de Dios de edificar un altar en el mismo lugar
donde el ángel del juicio estuvo parado "con una espada desenvainada en su mano" (1 Cr
21:16). Ese lugar es exactamente el mismo sitio donde Abraham, muchos siglos atrás, fue
impedido para que no ofreciera a su hijo Isaac en sacrificio: "El ángel del Señor... dijo: No
extiendas tu mano sobre el muchacho..." (Gn 22:11-12).
La gracia del Señor
Podemos ver que Dios demuestra su gracia en dos hechos. En primer lugar, el Señor le ordena
al ángel que interrumpa el castigo. En segundo lugar, en ese mismo sitio el rey Salomón
edificará el templo. Y es en las dependencias de ese santuario donde miles y miles de fieles van
a adorar, por cientos de años, en espíritu y verdad a Jehová de los Ejércitos.
Tres preguntas
1) ¿Qué significa que Satanás incitó a David a pecar?
"Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a que hiciese un censo de Israel" (1 Cr 21:1). Al
parecer David se ha puesto en una posición espiritual muy vulnerable. Satanás le insinúa que
haga algo contrario a la voluntad de Dios. Cuando el Señor deja de protegernos el resultado es
siempre catastrófico. En época de Jesús, Pedro fue protegido muy especialmente (Lc 22:31-32).
Sabemos que hoy nuestro Salvador desarrolla un ministerio de abogado defensor que demanda
intercesión constante: "puesto que vive para siempre para interceder por ellos" (He 7:25). Este
abogado defensor nunca ha perdido un juicio.
La palabra “incitó” se podría entender como instigar al monarca a hacer algo muy grave. Debido
a su estado espiritual, el rey está más propenso a responder al estímulo satánico. David es un
hombre que ha subido a los lugares más altos de comunión con el Señor y servicio a él, pero
ahora transita uno de los momentos más bajos de su vida. Por eso, el apóstol nos advierte y
dice: "Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quién devorar" (1 P 5:8).
2) ¿Por qué si un hombre pecó toda la nación sufre las consecuencias y mueren setenta mil
personas?
David pecó al hacer el censo. El antiguo historiador Josefo (nacido en el año 37 d. de J.C.)
plantea ya en ese momento el hecho de que no se pagó la pequeña ofrenda (medio siclo)
determinada por la ley (Ex 30:12).
El efectuar el censo demuestra una falta de confianza en la promesa que Dios le hiciera a
Abraham: "te multiplicaré... como las estrellas del cielo y como la arena que está en la orilla del
mar" (Gn 22:17). También demuestra el orgullo que David tenía como rey, que lo llevó a querer
mostrar su poderío militar.
Observamos que la Escritura dice que el Señor se enojó contra Israel y no contra David. Las
razones del enojo del Señor suponemos que son el descontento del pueblo contra la autoridad
que Dios había colocado en la persona del rey y la consecuente rebelión de Absalón y de Seba.
El castigo no cae sobre un pueblo inocente, sino sobre aquellos que han pecado. Dios sentenció
solo a una persona absolutamente inocente, y esa persona es su Santo Hijo (2 Co 5:21). David
se hace responsable ante Dios 2 S 24:17 (En el Antiguo Testamento los líderes siempre tomaban
plena responsabilidad de lo que el pueblo hacía, aunque no necesariamente ellos fueran los
culpables principales).
3) ¿Fue Dios demasiado severo?
Tenemos que enfatizar que Dios es absolutamente justo. Al determinar un castigo por un
pecado nunca se extralimita o sobrepasa, sino que su justicia y su gracia van juntas. Ignoramos
los detalles específicos de qué fue lo que hizo mal el pueblo de Israel para que la ira del Señor
se encendiera. Este episodio tendría que haber quedado grabado en los corazones de los
israelitas. Se esperaría que hubieran aprendido la lección sobre la importancia de tener temor
reverencial del Señor.
Parecería que ha habido en todo el país un deterioro espiritual muy grande. El castigo no es
consecuencia de una reacción emocional y caprichosa del Señor. Nuestro Dios es siempre
absolutamente perfecto y santo en sus caminos. La sentencia es el resultado de una ofensa a
nivel nacional: "El Señor... de ninguna manera dará por inocente al culpable”.
Tres opciones
A través de los años Joab demostró, con su conducta, que no era una persona "espiritual" pero
sabía que el censo traería graves consecuencias.
Dios le da al rey la opción de elegir entre tres castigos distintos.
La primera opción: el hambre por siete años es muy dolorosa, pero sobre todo muy prolongada.
La segunda alternativa que recibe David es la de "huir delante de sus enemigos". Aquí no se
habla de que él mismo iba a ser herido o muerto. En las dos primeras disyuntivas las
posibilidades de que David mismo o su familia sean afectados son muy bajas. La tercera opción
es el castigo que David escoge. El mismo rey y los suyos también pueden ser afectados. El
confía en la misericordia del Señor.
El ángel que extiende su mano para destruir a Jerusalén y esta no es una figura poética del
lenguaje, la Biblia dice que David lo vio (2 S 24:17).
Darse cuenta y humillarse
Quizá nos preguntamos: "¿En qué consistió el pecado tan grande que cometió David?". Varios
comentaristas han planteado que el pecado primario que origina todo fue cometido por Israel:
"Volvió a encenderse el furor del Señor contra Israel..." (2 S 24:1) pero David no se justifica y
asume toda la culpa.
El impulso por censar al pueblo tuvo que ver con su olvido de la protección de Dios cuando
venció a Goliat o cuando Saúl no lo pudo matar cuando tenía un ejército cinco veces más
grande que el de él (1 S 24).
¡Qué provechoso es cuando nuestra conciencia nos impulsa a humillarnos ante Dios! En
nuestros días hay una tendencia a pensar que podemos pecar sin que existan ramificaciones. Al
solicitar perdón al Señor pensamos que todo estará bien y que podemos empezar el ciclo de
nuevo…David no tuvo esa experiencia.
Aceptando las consecuencias
Dios en su gracia nos perdona de nuestros pecados cuando estamos realmente arrepentidos,
así como lo hizo con David. Aquel que está profundamente compungido con su pecado no va a
reiterarlo amparándose en la gracia de Dios: "El que encubre sus pecados no prosperará, pero
el que los confiesa y los abandona alcanzará misericordia" (Pr 28:13).
Sin embargo, la desobediencia a Dios no queda sin consecuencia. Tenemos que recordar
siempre que Dios perdona el pecado, pero éste deja cicatrices muy profundas y dolorosas.
El terreno de Arauna
Es en ese mismo lugar donde el ángel está parado "entre el cielo y la tierra con una espada
desenvainada" (1 Cr 21:16) que Salomón va a edificar el templo de Jerusalén. Es en ese mismo
templo que "en el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó su voz diciendo: Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva
correrán de su interior. Esto dijo acerca del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en
él" (Jn 7:37-38).