Escribe Liliana Chimenti
Hay mucha gente en este mundo, miles de millones, pero en un sentido cada uno de nosotros está solo. Cada vida particular tiene sus propias relaciones en las que debe permanecer solo y a las que no lo puede acompañar otra persona. Las amistades pueden ser muy íntimas, y pueden ser de mucho consuelo e inspiración, pero en un sentido de la vida cada individuo vive solo.
Nadie puede vivir por mí. Nadie puede dar respuestas a mis dudas. Nadie puede tomar mis responsabilidades y hacer mis decisiones y elecciones. Nadie puede realizar mis relaciones con Dios. Nadie puede creer por mí. Nadie puede obedecer a Dios en mi lugar. Nadie puede realizar mi trabajo por Cristo.
Elías, por ejemplo, en tiempo de desaliento, dejó bien claro que su soledad como hijo de Dios era la carga más grande que soportaba en su vida. Pero esta experiencia no es solamente para las almas grandes, en la vida de cualquiera que vive en forma digna hay momentos en que debe luchar solo por Dios, sin compañía, y quizás sin que haya quien muestre simpatía por nuestro trabajo o pronuncie necesarias palabras de aliento.
Esta soledad a veces se hace muy real en la conciencia, pero no por ello dejaré de luchar por el Señor, cualquiera sean las circunstancias.