EL UNGIDO DE JEHOVÁ.
Hasta ahora hemos considerado el inicio del tiempo de la monarquía en Israel, cuando el pueblo le
solicitó al anciano juez Samuel que les nombrase un rey a semejanza del que tenían todos los pueblos en
aquel entonces. La excusa fue que los hijos de Samuel, quien había liderado al pueblo con sabiduría y le
había orientado a buscar al Señor durante todo el tiempo de su liderazgo, no eran de fiar pues eran
jueces corruptos. El Señor escuchó y respondió aquella petición designando a Saúl.
Antes que David, Saúl
Podríamos preguntarnos ¿Por qué Dios no inició la monarquía directamente con David, sabiendo de
antemano que sería un rey piadoso? Entendiendo su piedad como el reconocimiento de la soberanía de
Dios sobre todas las cosas y en especial sobre su pueblo escogido. Iniciamos los estudios comparando el
corazón de Saúl con el de David y descubrimos que la gran diferencia entre ambos fue la sensibilidad
hacia su pecado personal y la búsqueda de perdón y restauración que sólo pueden venir de Dios.
Entonces podríamos responder que el pueblo solicitó al Señor un rey por los malos motivos ya que su
búsqueda estaba basada en la de un líder humano fuerte con capacidad de ejercer dominio y poder.
Sucedió con el paso del tiempo que las acciones de Saúl demostraron que se alejaba cada vez más de los
propósitos espirituales de su rol. Concederle al pueblo el liderazgo de un rey piadoso quizá hubiera sido
recompensarles con una bendición ante una demanda carnal.
Las lecciones para David
Otro motivo por el cual Dios no ungió directamente a David fue su corta edad y la necesidad de
prepararlo para su rol desde su unción (que probablemente sucedió a los 15 o 16 años) hasta su
entronación a la edad de treinta años.
Vimos en los estudios previos que David no solamente debió ser entrenado en el liderazgo militar, en el
protocolo real y en las funciones administrativas, sino que debió aprender lecciones espirituales, como
ser: la sumisión (a Saúl y a la voluntad de Dios) como una disposición de humillación personal que
compartió y aprendió de su íntimo amigo Jonatán; el crecimiento espiritual (ya que tuvo tiempo de
meditar en los propósitos del Señor al llamamiento y responsabilidad que le tocarían como rey) y
también aprendió las lecciones del sufrimiento. No hablamos del sufrimiento que padeció por ser un
hombre caído, sino del sufrimiento por causa de la justicia que Jesús mencionará en las
bienaventuranzas. La justicia de la que habla Jesús en el caso de David consistió en el sufrimiento que
experimentó por un período de 13 años cuando el degradado rey Saúl quiso acabar con su vida. Durante
ese tiempo no cuestionó al Señor por haberlo expuesto a tal persecución y en sus muchos salmos
descubrimos cómo aprendió a discernir espiritualmente los tiempos de Dios. Al igual que nosotros hoy
cuando experimentamos dificultades y pruebas, David aprendió a confiar en Dios y a descubrir que se
puede soportar el dolor, el abandono, la enfermedad y otras pruebas si nos mantenemos sujetos a la
esperanza en las promesas del Señor para sus hijos. En todas ellas se nos recuerda que Dios no es
insensible, sino que está obrando para perfeccionar nuestro carácter espiritual (Stg 1:2-4, He. 12:11,Mt
5:10)
David, tipo del Mesías
Como dijimos al inicio del estudio sobre David, Dios no improvisa con la monarquía, sino que el “ungido
del Señor” ya está dispuesto en su consejo soberano. David vendrá a ser un tipo del Mesías, un anticipo
del reino venidero que será liderado eternamente por el perfecto rey, Dios mismo hecho hombre: el
Señor Jesucristo. Hasta el inicio de la monarquía se consagraba con la unción al Sumo Sacerdote, pero
desde David, la palabra Ungido (que significa Mesías o Cristo) alude al rey. Aunque David fue un modelo
del Rey Mesías, no fue perfecto, por eso la Palabra enseña que necesitamos un rey mejor y que el
Mesías prometido no es inferior a David, sino muy superior.
La esperanza mesiánica
Jesús llegó al mundo como un descendiente de David y lo hizo en una época de gran expectativa
mesiánica (ya que se cumplía el tiempo profetizado por el profeta Daniel). Debemos recordar que la
gran confusión de muchos hebreos entonces fue considerar que necesitaban un rey que los librara del
poder temporal romano, pero olvidaron que necesitaban un salvador que los librara de la consecuencia
eterna por desobedecer la voluntad de Dios (Jn 3:17-21).
Ira humana e ira divina
La mayoría de los israelitas no diferenciaba entre la ira humana y la ira divina, la misma confusión que
muchos cristianos cometen hoy. Mientras que la ira humana es pecaminosa, temporal y no afecta
nuestro destino; la ira divina es santa, justa y de consecuencias eternas (Mt 10:28). David, el rey ungido,
tuvo la sabiduría de reconocer la prioridad espiritual del pueblo escogido y habremos de considerarla en
esta lección.
La sucesión al trono (2 Samuel 2 al 5, 1 Cr 10 al 12)
Saúl muere en batalla junto con sus hijos, mientras que David se abstiene de tomar la vida de Saúl y
espera el tiempo del Señor para iniciar su reinado. Una vez que falleció Saúl, David no ascendió
directamente al trono, sino que tuvo que afrontar una división del reino liderada por Abner, tío de Saúl.
Así que por un tiempo David reinó en Hebrón sobre la tribu de Judá solamente. Hubo enfrentamiento
entre israelitas y una lucha de poder entre Abner y Joab. Siete años después David pudo unificar el
poder en el trono, tomando la ciudad de Jerusalén y asentando su capital allí, por eso se la llamó la
ciudad de David.
Las prioridades de David en el trono
No satisfacer deseos personales
El rey no había sido ungido para satisfacer sus deseos personales ni para ser reverenciado, sino que
debía orientar al pueblo hacia el verdadero líder y soberano: el Señor de los ejércitos. Ver 1 Cr 11:16-19,
1 S: 4 donde David se abstiene de recibir beneficios personales de parte de sus soldados y castiga a los
entregadores de Is-boset, el hijo de Saúl que le disputó el trono.
Liderar las tropas del Señor de los ejércitos
Los ejércitos no pertenecían al rey sino al Señor (1 S 10:1), algo que Saúl había olvidado durante su
reinado. Su corazón endurecido perdió confianza en el Dios que habría de salvarles del enemigo y en el
caso de Goliat, vemos cómo se asombró David al ver que nadie en Israel aceptaba la propuesta del
gigante. Desde su entronación, David lideró los ejércitos y venció al enemigo de Israel en nombre de
Jehová.
Fue consciente de la presencia del Señor
El rey había sido ungido para reconocer la presencia del Dios en medio del pueblo y reverenciarla. La
Biblia cuenta el deseo de David de traer el arca a un santuario especial, pero el incidente en el traslado
le recordó que ni él ni el pueblo debían subestimar la santidad del Señor 1 Cr 15:11-15, 23-29. Luego del
incidente, David procede según aquello que la ley ordenaba sobre trasladar el arca.
Ser consciente de la soberanía de Dios
Vemos en una ceremonia especial que el rey consagra el lugar donde asentará el arca del Señor a quién
reconoce como el Gran Soberano de Israel y de todo lo creado 1 Cr 16: 1-36.
El rey David quiere levantarle una casa especial al Señor, 1 Cr 17 y 1 S 7 nos relatan cómo reaccionó Dios
a este anhelo de David.
David anticipa al Señor Jesús
Los libros de Samuel nos recuerdan que David fue el mejor rey de Israel debido a su corazón sensible a la
gracia soberana de Dios, pero que no llegó a ser el mejor rey del pueblo de Dios, en su debilidad
espiritual mostró que era necesario otro mejor: Cristo.
A diferencia del rey David, Jesús nunca falló, no incurrió en pecado, no abusó del poder y las hijas de
Israel estuvieron seguras con Él. Jesús fue además el Siervo Sufriente, quién antes de acceder al trono
debió salvar a su pueblo de sus pecados clavado en una cruz; todavía esperamos verlo entronado en su
segunda venida.