Un aforismo cuasi profético atribuido a Bacon dice: “Un poco de ciencia aleja de Dios. Mucha ciencia acerca a Dios”.
Por Arturo Rojas
De un tiempo para acá se han venido publicando libros y divulgando a través de los medios masivos de comunicación artículos y entrevistas con personajes públicos de la vida nacional e internacional que anuncian ya sin rubor a los cuatro vientos su ateísmo más o menos militante, al punto que podría decirse −como rezaba uno de los títulos de uno de estos artículos− que “los ateos salen del closet”.
Esta circunstancia pone sobre la mesa la vieja polémica concerniente a la relación de compatibilidad u oposición que la fe guarda con la razón. Valga decir que los medios masivos de comunicación le dan mucho más despliegue sensacionalista a los pronunciamientos en contra de Dios, de la religión y de la fe, procedentes en muchos casos de personajes conocidos, pero de ningún modo calificados académicamente para pronunciarse con un mínimo de rigor, honestidad y objetividad intelectual sobre estos asuntos.
Así, se termina dando de nuevo la falsa impresión −como sucedió también a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX− de que la erudición está del lado del ateísmo y la ignorancia del lado del teísmo.
Por supuesto, en este contexto erudición es sinónimo de racionalidad científica, por contraste con la presunta irracionalidad y obsolescencia de la religión. No en vano uno de los autores más publicitados a este respecto es el ateo y científico británico Richard Dawkins y más recientemente su ilustre compatriota Stephen Hawking, QEPD.
Pero lo cierto es que si se diera un despliegue proporcional en los medios a la erudición teísta −que la hay, tanto o más calificada y académicamente acreditada que la erudición ateísta− se vería que los argumentos de los ateos no han variado significativamente en los últimos dos siglos en términos de avances reales y que la erudición teísta, incluyendo a los teóricos del diseño inteligente, tiene respuestas muy razonables, racionales y convincentes a los lugares comunes esgrimidos por el ateísmo a estas alturas ya clásico, procedente tanto de toldas filosóficas como científicas por igual.
No es este espacio tan limitado el campo más adecuado para entrar en esta polémica, por lo cual no caeré en la trampa de tratar de abordar ni desvirtuar racionalmente en este breve artículo de un blog que debe ser siempre lo más sucinto, ameno y comprensible posible, los argumentos clásicos de los ateos en contra del teísmo.
Sólo quiero, por tanto, señalar aquí un hecho que se constata más cada día a la luz del avance de la ciencia. Me refiero al cumplimiento de aquel aforismo cuasi profético atribuido a Bacon en el sentido que: “Un poco de ciencia aleja de Dios. Mucha ciencia acerca a Dios”.
En efecto, al llegar a su madurez y aún a regañadientes, la ciencia tiene que darle la razón a Charles Colson cuando declaró: “Hay circunstancias en que es más racional aceptar una explicación sobrenatural y es irracional ofrecer una explicación natural”. ¡Ese es exactamente el punto! En la modernidad el racionalismo y las ciencias naturales se aliaron para proclamar dogmáticamente falsas ecuaciones de correspondencia, tal como la creencia en que toda explicación natural es siempre racional, y por lo tanto aceptable, mientras que toda explicación sobrenatural es siempre irracional, y por lo tanto inaceptable.
Pero a raíz de los avances científicos y los callejones sin salida a los que se está llegando de la mano de la teoría del “Big Bang”, el descubrimiento del ADN y la decodificación del genoma humano entre otros, la ciencia está viéndose empujada a reconocer que insistir en explicaciones naturalistas para esclarecer misterios tales como el origen del universo, el origen de la vida y el origen del ser humano, desemboca inexorablemente en necia y fantasiosa irracionalidad; mientras que referir estos misterios a un Dios Creador, sobrenatural, sabio y poderoso, aunque no sea científico, es no obstante la explicación más racional a los dilemas planteados por la ciencia actual.
Porque irónicamente, de insistir en su pretensión de explicarlo todo sin referencia a Dios y a lo sobrenatural, la razón termina extraviada sin remedio en el laberinto de la irracionalidad a la que pretende combatir. Como quien dice, la razón termina siendo víctima de su propio invento.
Valdría la pena recordar lo que los científicos de la actualidad han olvidado de manera muy conveniente. Me refiero a que es un hecho establecido que el impulso y los logros de la ciencia moderna se deben en gran medida a una pléyade de devotos creyentes cristianos cuya fe y conocimiento de la Biblia los impulsó a buscar sistemáticamente evidencias de la inteligencia divina operando en la creación, esperando que aquella se reflejara en el universo y la naturaleza en general mediante leyes elegantes y armónicas que deberían regir su funcionamiento, leyes a cuya búsqueda estos primeros científicos cristianos se dedicaron con pasión religiosa y en cuyos logros se apoyan hoy, les guste o no, esos científicos agnósticos y ateos que edifican sobre el fundamento de los primeros.
Por último, cabe decir que los argumentos racionales que los ateos esgrimen de manera más hostil y virulenta en contra del teísmo, la fe y la religión; suelen ser muy focalizados, concentrados casi exclusivamente en los aspectos problemáticos de la fe −que indudablemente los tiene, de lo contrario no sería fe− pero no consideran toda la evidencia en su conjunto a favor del teísmo.
La visión del ateo es fragmentaria, mientras que la postura del teísta es racionalmente coherente al evaluar el todo con cada una de sus partes y no las partes consideradas de manera aislada. Esto explica por qué los argumentos del ateo en contra del teísmo se basan más en una crítica negativa de los aspectos que son más problemáticos en la religión o en el teísmo, que en una elaboración positiva de una alternativa viable y racionalmente más convincente y coherente para él. Destruyen sin construir nada a cambio.
Por eso suscribo lo dicho por el erudito cristiano William Lane Craig al afirmar que, racionalmente hablando: “Cuando tomamos en cuenta el campo completo de la evidencia, la existencia de Dios se vuelve bastante probable… un cristiano puede admitir que el problema del mal, tomado aisladamente, hace improbable la existencia de Dios… cuando examinamos, sin embargo, todo el campo de las evidencias, entonces la balanza se inclina a favor del cristianismo”.
En conclusión, desde el estricto punto de vista de la razón, ateos y teístas quedamos en tablas en cuanto a poder demostrar la inexistencia o existencia de Dios respectivamente, pues ninguno de los dos bandos puede exhibir la prueba reina que obligue a la contraparte a rendirse. Además, de existir una “prueba reina” a favor de la realidad de Dios la fe, entendida como la creencia en Dios, no sería necesaria, pues sostener la existencia de Dios no sería ya una elección, sino una obligación.
Pero sea como fuere, cuando pasamos del concluyente campo de las pruebas al campo meramente probabilístico de las evidencias consideradas en su conjunto, la existencia de Dios se vuelve racionalmente mucho más probable que su inexistencia.
Por lo tanto, aún al margen de la revelación, la decisión de creer y confiar en Dios sigue siendo una decisión mucho más racional y ampliamente sustentada que la decisión de negarlo.
Publicado en Evangélico Digital