Durante el último siglo, la arqueología no ha desmentido al texto bíblico sino todo lo contrario, ha venido añadiendo más y más “puntos cruciales” a la fiabilidad de la Biblia.
Por Antonio Cruz
Una importante evidencia externa, capaz de apoyar la precisión histórica de la Biblia, es la que proviene de la arqueología. Por ejemplo, el evangelista Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, cita 54 ciudades, 31 países, y 9 islas diferentes. Aunque en algunos casos han cambiado los nombres, todos estos lugares han sido hallados por los arqueólogos. Lo cual constituye una evidencia importante de la precisión histórica y geográfica con la que escribió el evangelista.
Sin embargo, la auténtica misión de la arqueología bíblica no es “demostrar” la veracidad de la Biblia. Este tipo de demostraciones sólo pueden darse en el campo de las matemáticas o de la lógica pero no en el de las ciencias históricas. Conviene tener en cuenta que la arqueología aporta materiales culturales elaborados por el ser humano de la antigüedad, como inscripciones, utensilios, edificaciones, etc., que proveen o pueden proveer un marco adecuado para interpretar la Biblia con precisión. De la misma manera, como en el caso anterior del evangelista Lucas, la arqueología permite vincular determinados acontecimientos bíblicos con lugares geográficos concretos e inscribirlos así en ciertos momentos históricos.
En ocasiones, se ha dicho que la Biblia estaba equivocada, hasta que se descubrió que no era así. Por ejemplo, durante bastante tiempo los especialistas dudaron de la historicidad de Salomón y de que era imposible que tuviera caballos -tal como dice la Biblia- ya que en aquella época supuestamente sólo se usaban camellos (es decir, dromedarios).
Hasta que en Meguido (en un montículo situado al norte de Samaria) se descubrió una ciudad en la que habitó Salomón, (965-928 a.C., siglo X a.C.) así como restos de los muros de establos para caballos. El arqueólogo G. E. Wright, escribe al respecto: “Los arqueólogos que han trabajado en Meguido nos dicen que la ciudad del siglo X poseía en sus costados este y sur unos establos para albergar caballos en número de unos cuatrocientos cincuenta. Ciertamente, de acuerdo con 1ª Reyes 9:15-19, era de esperar encontrarse con tales construcciones, puesto que Meguido era una de las ciudades dedicadas por Salomón al acuartelamiento de carros.”[1]
Otro tanto ocurrió a propósito de los hititas. Del imperio hitita se habla en la Biblia (en los libros de Génesis, Éxodo y Números). Sin embargo, como la arqueología no había encontrado restos de dicha civilización, muchos escépticos creían que se trataba de una leyenda sin fundamento. Hasta que en 1900 un profesor llamado, Hugo Winkler, descubrió, en una expedición a Bogazkoy (en la provincia turca de Çorum), las ruinas de Hattusa y mas de diez mil tablillas de lo que había sido el archivo nacional de los hititas.
Actualmente, hasta la Wikipedia posee importante información acerca de la civilización hitita mencionada en las Escrituras.
Existen muchas evidencias arqueológicas que han esclarecido y corroborado la veracidad de la Biblia. Ahora bien, ¿qué ocurriría si la arqueología aportara testimonios contrarios a los relatos bíblicos? ¿Se debería pensar entonces que la Biblia miente o está equivocada?
En una hipotética confrontación entre los resultados arqueológicos humanos y el texto bíblico inspirado, ¿cuál poseería mayor autoridad y tendría la última palabra? El Dr. Wright escribe: “el estudio de la arqueología pone al teólogo ante un grave e inevitable riesgo.
¿Qué pasaría si descubriéramos que el relato bíblico no responde a los hechos? No tenemos más remedio que afrontar tal eventualidad, ya que no es posible comprender bien la naturaleza de la Biblia, si no conocemos su ambiente y trasfondo. De hecho, la arqueología ha concretado e iluminado el relato bíblico en tantos puntos cruciales que sería ingenuo definirlo como un ‘cúmulo de mitos y leyendas’.”[2] Pues bien, durante el último siglo, la arqueología no ha desmentido al texto bíblico sino todo lo contrario, ha venido añadiendo más y más de estos “puntos cruciales” a la fiabilidad de la Biblia. Es posible que existan algunos puntos conflictivos, sobre todo, acerca de fechas y dataciones concretas, sin embargo la Biblia ha demostrado sobradamente su fidelidad histórica.
Un ejemplo significativo tuvo que ver con el rey de Asiria, Sargón II. El texto bíblico se refiere claramente a él (Is. 20:1) pero como los arqueólogos no habían encontrado ningún rey con ese nombre en las listas de los reyes de las excavaciones realizadas en Asiria, supusieron que la Biblia debía estar equivocada. No obstante, el arqueólogo italiano, Paul Emile Botta, en 1843, encontró un lugar al noreste de Nínive con los restos de una importante ciudad, construida por Sargón II en el año 717 a. C. Se trataba de Khorsabad, la capital de Asiria durante la época de este rey, que fue abandonada posteriormente por su sucesor en el 705 a. C., despoblándose poco a poco hasta convertirse finalmente en ruinas. Actualmente, muchos objetos del arte asirio descubiertos en ese sitio arqueológico se encuentran en el museo del Louvre en Paris y Sargón II es uno de los reyes asirios mejor conocidos. Una evidencia más de que la Biblia no es un invento humano sino la Palabra de Dios.
Asimismo un pueblo misterioso que los arqueólogos pusieron en duda fueron los horeos o hurritas. La Biblia se refiere a ellos como descendientes de Esaú de Edom (Gn. 36:20; Dt. 2:12,22), pero no se aceptó su existencia real hasta que, en 1995, el filólogo y arqueólogo, Giorgio Buccellati, encontró la capital hurrita bajo la ciudad siria moderna de Tell Mozan. Hoy se sabe que el pueblo hurrita (horeos en el Antiguo Testamento y surabitas en los documentos de Babilonia) habitó en la antigüedad al norte de Mesopotamia, cerca del río Khabur, en una región comprendida entre el sudeste de Turquía, el norte de Siria e Irak y el noroeste de Irán. Algunos historiadores creen que los hurritas fueron los antecesores de los actuales kurdos. De manera que, una vez más, la Biblia tenía razón.
Como, actualmente, muchos suelen concederle mayor crédito a la ciencia humana que a la revelación bíblica y colocan la arqueología por encima de Biblia, algo similar ocurrió con Poncio Pilato. Algunos arqueólogos pusieron en duda su historicidad, a pesar de ser mencionado claramente en el Nuevo Testamento (Mateo, Marcos y Lucas) en relación con la muerte de Jesús y de aparecer en los escritos de autores judíos como Filón de Alejandría, Flavio Josefo y romanos, como Tácito. Sin embargo, no se aceptó su existencia histórica hasta que su nombre apareció escrito junto al de Tiberio sobre una roca de la época romana, conocida como la “piedra de Pilato”. A los turistas que visitan hoy el teatro romano de Cesarea del Mar, se les muestra una copia de dicha roca donde puede leerse claramente la inscripción: “Poncio Pilato, el prefecto de Judea al emperador Tiberio”. Y así sucesivamente, podríamos extendernos con este tipo de evidencias arqueológicas que han esclarecido y corroborado la veracidad de la Biblia.
Pero, ¿qué ocurre con aquellos otros personajes o lugares bíblicos que no son hallados por los arqueólogos? ¿Debemos pensar, por ello, que la Biblia está equivocada? Existen demasiadas evidencias que demuestran la autenticidad de las Escrituras como para dudar de ella porque la arqueología no haya encontrado momentáneamente pruebas externas. Se puede concluir, por tanto, diciendo que la arqueología bíblica no es enemiga de la Escritura sino una muy buena amiga.
Antonio Cruz. Licenciado en Ciencias Biológicas y Doctor en Biología por la Universidad de Barcelona. Fue Catedrático de Biología; y Biólogo investigador de la Universidad de Barcelona. Miembro distinguido de la «Asociación Española de Entomología», de la Institució Catalana d´Història Natural y de la Société Française d’Historia Naturelle. Autor de numerosos libros y artículos sobre ciencia y fe, y conferenciante internacional.
Notas
[1] Wright, G. E. 1975, Arqueología bíblica, Cristiandad, Madrid, p. 189.
[2] Ibid., p. 26.
Publicado en Evangélico Digital