Hoy trataremos el más claro y completo sermón de Pablo ante las autoridades romanas y judías de su época.
Lucas no olvida ningún detalle de su argumentación y transcribe todo el pensamiento paulino acerca de la salvación bíblica.
¿Por qué los fariseos no perdonaban a Pablo su conversión al cristianismo?
¿Qué descubrió Pablo acerca del evangelio que ya estaba profetizado en el Antiguo Testamento pero que no era aceptado por el fariseísmo?
¿Cuáles verdades espirituales fueron difíciles de aceptar para Festo y Agripa?
¿Crees que ha cambiado el pensamiento humano acerca de la salvación bíblica? ¿Qué esperas recibir de Dios en su juicio:
justicia o misericordia?
Una lección que compara la verdad de Dios con los intereses del hombre.
ANTE AGRIPA
Hechos 26:1-32
Pablo lleva dos años a merced de las autoridades romanas desde que una turba de judíos celosos de su vocación y sus prácticas se habían juramentado matarle. No importaba que saliera de Jerusalén hasta Cesarea, residencia y dominio del gobernador romano; este grupo selecto de fariseos que alguna vez había confiado en Saulo de Tarso para poner fin a la secta cristiana seguía respirando amenazas contra su antiguo aliado.
Por dos años trataron de que el anterior gobernador diese su consentimiento para que fuera juzgado en Jerusalén donde el Sanedrín tenía pleno dominio; pero Roma tenía en claro que no podía castigar a un prisionero sin darle derecho a un juicio previo donde se declarase sus cargos y se le diese oportunidad de defensa, mucho menos si ese prisionero invocaba ciudadanía romana tal como Pablo lo había hecho.
Cuando Festo asumió el cargo de gobernador se dispuso a tratar con el máximo tribunal judío ya que éste sería de allí en más su principal interlocutor en los temas de estado. Sin pérdida de tiempo se dirigió a Jerusalén a imponerse de la agenda político-religiosa y para su sorpresa, el caso de Pablo resultó ser una papa caliente que su antecesor había dejado ahora en sus manos. Casi todo el tribunal judío hizo su descargo ante Festo solicitando que trajese de regreso al prisionero para ser juzgado de acuerdo con las leyes religiosas, pero debió chocar con la negativa del nuevo gobernador que fijó la audiencia en su propio terreno: Cesarea.
Festo había comenzado su gestión con el pie izquierdo. No tenía interés de iniciar su gestión con hostilidad hacia la élite religiosa judía, pero la audiencia había tornado hacia una descarga de voces altisonantes que acusaban a Pablo de violar reglas religiosas locales, ninguna de las cuales competían al imperio. Es posible que el gobernador quisiera desembarazarse cuanto antes de aquel prisionero y por ello le preguntó si acaso aceptaba volver a Jerusalén, al centro religioso para ser juzgado de acuerdo con las costumbres locales; propuesta que fue rechazada de plano por el apóstol que sabía que no tendría ninguna oportunidad objetiva de defensa. Además, ya había sido traspasado su caso al gobernador tiempo atrás, la demora en declarar su inocencia no era sino una muestra de desidia legal de la autoridad secular competente.
Cambio de planes
Pablo había recibido varias veces del Señor la certeza de que sería testigo de su fe en la capital del imperio quizá había llegado el momento de impulsar su caso hacia el máximo tribunal de entonces: el trono del propio César. Haciendo uso de un recurso legal antiguo, solicitó que su caso fuera trasladado directamente a Roma y que fuese el propio emperador quién diera su veredicto al caso. Festo, inexperto y confundido por el recurso legal, tomó consejo de sus asesores y determinó que la decisión fuera inapelable: Pablo sería enviado a Roma. Pero había todavía un motivo de preocupación: no existía ningún cargo de qué acusarle ante el emperador.
Un encuentro protocolar
Los hombres públicos de entonces, al igual que los actuales, debían jugar varias partidas a la vez. El rey que César había puesto sobre la antigua Tetrarquía de Filipo, su amigo Herodes Agripa II, había oído de
la llegada de un nuevo gobernador y se había hecho presente en la sede gubernamental para los saludos de rigor y para afianzar la confianza que el emperador había puesto en él como conocedor de la cultura judía y su templo. En la breve entrevista protocolar, Festo hace un resumen claro y conciso del asunto e invita al rey y su esposa a participar de una nueva audiencia pública en la que tenía previsto escuchar la defensa del prisionero para poder escribir las cartas del caso al emperador a quién se había apelado como recurso final.
Lo que dos hombres públicos creían que sería el descargo de un abogado judío contra el Sanedrín, vino a ser una audiencia formal en la cual todas las fuerzas vivas del lugar tuvieron participación. El rey Agripa y Berenice, el gobernador recién llegado, la casa militar y todos los hombres de relevancia de Cesarea fueron testigos privilegiados de un sermón que partiendo de las Escrituras del Antiguo Testamento vino a describir la soberana voluntad de Dios de traer la salvación de los pecados a todos los hombres, fueran judíos o gentiles.
Un odio visceral
Aunque seguramente muchos de los testigos privilegiados habrán quedado impresionados con el discurso de Pablo, dos de ellos: Agripa y Festo fueron quienes recibieron el mayor impacto de ese poderoso testimonio. ¿Quién era este hombre antes de ser considerado persona no grata para el Sanedrín? ¿Qué tan peligroso resultaba que defendiera a una secta surgida de las mismas entrañas del judaísmo? ¿Qué agregado apócrifo había introducido el cristianismo al judaísmo tradicional? ¿Quiénes odiaban más a Pablo y por qué: ¿los saduceos, los fariseos, los zelotes, la casta sacerdotal o la casa real? Y más precisamente: ¿Bajo qué cargos sería enviado al César?
Probablemente ninguno de los 11 apóstoles del Señor que le recibieron luego de su resurrección fuera recordado en ese entonces por las autoridades judías ni romanas. Habían pasado cerca de 30 años de aquella Pascua y Pentecostés cuando un grupo de galileos intrascendentes se paraba a las puertas del templo de Jerusalén y predicaba que el judío Jesús de Nazaret, profeta poderoso en milagros y a quién habían crucificado bajo el cargo de sedición contra Roma había resucitado de los muertos proclamándose el Mesías anunciado por los profetas antiguos, el Hijo del hombre que Daniel había visto en visión volver en las nubes. Para ese momento histórico el único líder cristiano en Jerusalén era Santiago, hermano de Jesús…y no pasarían muchos meses para que fuera ultimado en el patio del templo.
Pero Pablo era un personaje profundamente revulsivo para la casta religiosa local ¿por qué? Porque los fariseos más ortodoxos habían confiado en él para acabar de una vez por todas con ese movimiento que amenazaba con destruir toda su estructura religiosa, su justicia propia y el privilegio que gozaban de sentirse los más autorizados para dirigir los asuntos del reino mesiánico venidero. Pablo, el otrora fariseo ortodoxo, se había hecho prosélito de la nueva secta y renegaba de su tradición a la que consideraba basura (ver Fil 3:7-8); amén de transformarse en el portavoz de su líder Jesús de Nazaret, a quién declaraba resucitado de la muerte.
Una audiencia fuera de lo común
El primer siglo no gozaba de las bondades de las redes sociales, pero todo el discurso de aquel día quedó plasmado en la crónica del médico griego Lucas que no olvidó ningún detalle para que hoy, en pleno siglo XXI, podamos revisar cómo presentó Pablo el evangelio a la audiencia política de su época. Una
crónica detallada de su llamamiento apostólico, de lo que un judío debía aceptar a la luz de las Escrituras, de lo que significa salvación en términos bíblicos y de la reacción y respuesta de las personas que descubren la verdad de Dios para sus vidas y la de toda la humanidad.
Agripa, a diferencia de Festo, era conocedor de las leyes judías, aunque al igual que sus antecesores fue un activo enemigo de Dios y su Mesías (su abuelo había hecho matar a los niños de Belén, su tío a Juan el Bautista y su padre al apóstol Jacobo). Pero su interés por este prisionero le llevó a escuchar con atención su historia. Veamos qué recibió.
Un judío honesto, pero sin esperanza Hechos 26:1-8
La secta farisea nace en el 6º siglo antes de Cristo, pero se fortalece en el siglo IIaC. Pablo, como buen fariseo, pertenecía a una clase acomodada con buenas relaciones sociales y políticas. Había recibido educación religiosa en Jerusalén con Gamaliel de la escuela de Hilel. Se regía estrictamente por las leyes del Antiguo Testamento por lo que se consideraba superior al resto de las sectas judías; aunque los fariseos fueron acusados por Jesús de falsa moral, Saulo de Tarso declara que en cuanto a las leyes bíblicas era un practicante honesto; además enseñaba y defendía la inmortalidad del alma, la vida luego de la muerte y la resurrección en cuerpos eternos. Creía en el castigo y la recompensa para las almas luego de la muerte. Como todos los de su secta, no se casaban ni hacían negocios con paganos y concentraban el culto religioso en la sinagoga pues recelaban de la clase sacerdotal que abrevaba en la doctrina saducea. El nombre fariseo deriva de la palabra perushim que significa separatista.
Aunque creía en el Mesías anunciado por los profetas, su interpretación de la justicia divina pasaba por “cumplir con obras” señaladas en la ley y reinterpretadas en distintas acciones que les permitirían ingresar al reino mesiánico; un reino terrenal similar al que estableció David, y en el cual ellos serían los principales administradores. Si por caso, morían antes de la llegada del reino, preparaban su sepultura muy cerca de la muralla del templo, pues esperaban ser resucitados por “su propia justicia” e invitados a la gloria del reino venidero.
Jesús durante su ministerio acusó a los fariseos de enseñar una falsa justicia delante de Dios; de considerar que sus riquezas eran demostración de bendición divina (al contrario de la pobreza y enfermedad que padecían los pecadores); de infamar a los publicanos de vendepatrias por entregar los tributos al César y compartir ágapes con gentiles. Cuando luego de su muerte en la cruz, sus seguidores enseñaron que había resucitado y que volvería a instaurar su reino en medio de ellos, Pablo se transformó en el principal perseguidor de la iglesia. En vano intentó que sus víctimas blasfemaran acerca de Jesús (Esteban había sido un hito entre aquellos mártires).
Un encuentro y un cambio radical Hechos 26:9-14
Jesús reunió a 12 hombres comunes durante su ministerio. Algunos pescadores de profesión, un comercio muy próspero. Otros publicanos, un zelote nacionalista, un israelita sincero y un avaro judío ambicioso de poder, pero no invitó a su fuero íntimo a ningún fariseo; aunque dialogó con muchos y tuvo de seguidores anónimos a Nicodemo y José de Arimatea.
Pero luego de su muerte y resurrección, había llegado la hora de sacudir toda la estructura argumental de Pablo. ¿Por qué se empecinaba en destruir la vida de aquellos que gozosos declaraban que sus pecados habían sido perdonados y que tenían libre acceso al reino de los cielos? Porque era intolerable para su fariseísmo que un hombre o una mujer de vidas libertinas entrase a la presencia del Santo,
mientras que un celoso y rígido hombre que ayunaba diezmaba y no codiciaba la mujer ajena fuera declarado pecador e impedido de recibir la recompensa esperada.
El evangelio, único camino de salvación
Lo que Pablo y la mayoría de los judíos de su época no podían aceptar era que Dios actuara como Juez justo declarando a todo su pueblo incapaz de vivir de acuerdo con sus leyes; y que por lo tanto los condenara a castigo eterno enviando como único medio de justicia y perdón a su mesías. Que éste hubiera tomado sobre sí el peso del pecado de su pueblo, que se hubiera entregado voluntariamente a sufrir la ira de Dios en la cruz y que una vez resucitado de la muerte ofreciera gratuitamente la redención a todos los que aceptaran su condición de pecadores, se arrepintieran y pusieran su esperanza en él, el Hijo de Dios quién volverá al mundo a concluir su obra, destruyendo a todos sus enemigos y desplegando en toda su plenitud el reino venidero.
Acéptalo o déjalo Hechos 26:15-19
Pablo no desobedeció la visión, no pudo. Tenía que mostrar su arrepentimiento a todos los que le habían visto actuar en su ceguera espiritual y su celo mal encaminado. Debía pedir perdón a los creyentes a quienes había torturado y debía aplicar todas sus fuerzas y energías NO en ganarse el reino, sino en predicar el arrepentimiento de pecados para salvar a las personas de caer en las manos terribles de un Dios justo y santo, que al final del tiempo tratará a la humanidad bajo dos condiciones: su justicia o su misericordia.
Justicia o misericordia Hechos 26:20-23
La santidad y perfección de Dios demandan siempre justicia. Todo lo que el hombre sembrare, eso también cegará. Dios pagará a cada uno de acuerdo con sus demandas perfectas.
La humanidad finalmente comparecerá ante el tribunal divino, y quién no se halle bajo la defensa de Cristo, deberá caer bajo la ira de Dios.
La salvación bíblica es salvación de la ira divina. La salvación advierte que Dios ha decidido aplicar a cada persona justicia o misericordia. La justicia se debe. Dios demandará conforme a su justicia. Pero la misericordia NO se debe, la misericordia es una gracia que el juez concede.
La reacción humana Hechos 26:24-29
¡Pablo, estás loco! Festo no pudo evitar reaccionar ante la verdad bíblica. El evangelio es locura para aquellos que no creen en él. Las verdades espirituales como ser la trascendencia del alma, la resurrección de la carne, la condenación eterna, el reino venidero, la resurrección de Cristo, su encarnación, la existencia de Satanás, la ceguera espiritual, la conversión y la nueva vida en Cristo no pueden ser aceptadas por una mente que no haya sido traspasada por el poder del Espíritu Santo (1ª Co 2:14).
¿Acaso crees que con un corto discurso me puedes disuadir a convertirme en cristiano? Agripa conocía las Escrituras y la tradición. Sabía del reino mesiánico, pero reinaba en el presente político y sus intereses chocaban con un reino espiritual. Ni siquiera pertenecía a la dinastía davídica; no era un buen ejemplo para el judío ortodoxo.
Veredicto Hechos 26:30-32
Luego de esa audiencia, Agripa y Festo acordaron que no había motivo legal para juzgar al prisionero. Pero algo debía hacerse al respecto. Si no hubiera apelado al César, ellos podrían haberlo puesto en libertad.
La Biblia nos orienta hacia otro final: si ellos hubieran tomado seriamente el testimonio de Pablo y hubieran considerado su futuro eterno, habrían alcanzado la libertad de los hijos de Dios. Pero ambos quedaron presos de sus intereses humanos y del pecado.
Pablo habrá orado aquella noche: Señor permite que sus cadenas espirituales sean más notorias y molestas que estas cadenas de acero que tengo sobre mis espaldas. Abre sus ojos espirituales y permite que tu siervo siga dando valiente testimonio de tu obra…Dios contestó afirmativamente aquella oración, pero Festo y Agripa no volverán a escuchar el evangelio tan claramente como aquel día.
PARA DEBATIR
¿Qué provocaba en los fariseos un odio tan visceral para con Pablo?
¿Por qué Agripa estaba interesado en conocer el caso de Pablo? ¿Qué necesitaba Festo del rey y por qué lo consultó?
¿Crees que conocer la historia judía y la tradición le daba ventaja a Agripa en cuanto al mensaje del evangelio?
¿Por qué la reacción de Festo fue tan agresiva? ¿Cómo respondió Pablo a la provocación?
¿En qué medida los dos hombres políticos tomaron en serio las verdades espirituales que Pablo anunció?
APLICACIÓN PERSONAL
Recuerda alguna ocasión en la cual debiste dar testimonio de tu fe en Jesús ante una audiencia incrédula. ¿Cuáles fueron las reacciones? ¿Se repitió lo que sucedió con Pablo?